Opinión

Alimentar al mundo ¿es una misión imposible?

por Darío Werthein

Es extraño ver cómo, a pesar de todo, campo y ciudad siguen presentándose como si fueran opuestos irreconciliables, como si no se afectaran mutuamente y, lo peor de todo, como si no tuvieran que ser pensados en conjunto en pleno siglo XXI.

Los prejuicios sobre la vida y el trabajo en cada uno de esos espacios están cargados, siempre, de una visión que responde mucho más al pasado que al presente, y sin lugar a dudas nada tiene que ver con las necesidades del futuro (que son muchas y es hora de empezar a pensar en ellas).

Por un lado, es importante empezar a entender las ciudades como lugares deseables para vivir, en un contexto en el que la tendencia es de crecimiento.

En América Latina, y en países de economías muy desarrolladas, más del 70% de la población está instalada en zonas urbanas.

Más allá de las diferencias que puede haber entre una ciudad y otra, es necesario comprender que con una población mundial que crece a pasos agigantados, las ciudades pueden convertirse en una solución integral para más de un problema de los seres humanos y, al mismo tiempo, lograr resolverlos sin destrozar el planeta. Las posibilidades que ofrecen las grandes urbes para el desarrollo humano comenzaron a superar rápidamente la vieja idealización de la fuga hacia la vida rural.

Hoy pensamos en cómo hacer las ciudades más habitables antes de pensar en abandonarlo todo para irse lejos. Es que, con la debida planificación, las ciudades pueden ser sinónimo de eficiencia energética, gestión de recursos y mejora en cuanto a movilidad e interconexión territorial.

Es más sencillo, económico y eficiente construir para muchos en un espacio reducido que para pocos en un lugar enorme.

Tanto es así que la estructura citadina permite que la población del mundo pueda vivir en el 4% de la tierra arable.

Y eso, indefectiblemente, deja mucho espacio para el campo abierto y productivo.

¿Y por qué es tan fundamental hoy que exista esa posibilidad de producción? Porque Argentina tiene la maravillosa oportunidad de animarse a alimentar al mundo.

Nuestro país está frente a la posibilidad de potenciar toda la experiencia agropecuaria y ganarse de una vez por todas un rol protagónico en los mercados internacionales.

Es cierto, el mundo cambia vertiginosamente. Sin embargo, hay tendencias claras que hay que mirar de cerca. En China, en India, o en otras economías emergentes, la demanda de alimentos crece de una manera imparable.

Mientras la clase media mundial se sigue ensanchando, esta tendencia se reafirma.

Carne, lácteos y cultivos son requeridos por cada vez más personas y ahí hay un mercado ideal para un país como Argentina.

El año 2050 (para el que, en realidad, no falta tanto) el mundo va a estar habitado por 11.000 millones de personas. Pueden cambiar las conductas, las formas de vincularse, las redes sociales o las costumbres de época, pero hay algo que es absolutamente predecible: el ser humano va a seguir necesitando comida y el mundo va a tener cada vez más gente.

¿Puede nuestro campo alcanzar semejante escala? Sí, puede. Pero para hacerlo es necesario dejar atrás las formas de pensar el campo que hace rato están vencidas. Esas que lo separan de la vida en la ciudad porque, en definitiva, sólo entendiendo la relación que allí existe es que se puede abordar un modo de producción de manera integral.

Porque además, la conexión es también tecnológica, y más allá de la distancia geográfica, muchas de las herramientas necesarias no crecen del suelo, por más fértil que este sea.

La siembra directa, la silobolsa y tantas otras metodologías ya vienen revolucionando el agro y ese camino de innovación y nuevas herramientas es el que hay que recorrer para poder producir más y mejor.

Ya no se trata únicamente de tener extensos terrenos y que en ellos se pueda plantar algo o criar animales.

El futuro impone una economía al que esa manera de pensar le queda chica. Hay que seguir pensando cómo producir mucha más comida en cada vez menos metros cuadrados y de manera sustentable.

Repensar qué queremos de nuestras ciudades, de nuestro campo y de nuestro suelo, es el primer paso para poder lanzarse a la ardua tarea de alimentar al mundo.

(*): es coautor del libro “Llegar al Futuro”, director del Grupo W y director del Consejo Mundial de ORT.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...